Año
2005. Mes de octubre.
7.30 am. Preparación de la conferencia. Una
sala no muy grande a la izquierda del hall del
Nuevo Hotel Callao. Una tarima y sobre ésta, un escritorio con dos copas
y dos botellitas de agua mineral no muy fría. Tres filas de sillas de madera,
de dudosa seguridad.
8.10 am. Ingreso de los periodistas a la
sala. Éramos los suficientes como para llenar la sala de prensa de ese hotel.
Aparentemente no tenían muchas expectativas de concurrencia, desde la
organización de la conferencia, o quizás
querían demostrar su hospitalidad en cantidad de sillas: poca.
8.25 am. Todos ubicados, esperando la
aparición del escritor antes amado y ahora señalado. Principalmente por
nuestros ojos. Algunos periodistas, pidiendo carroña para tener tela que cortar
durante toda la semana en su programa de chimentos, y los demás, intentando
cumplir de la mejor manera nuestra jornada laboral, sin pasión alguna, más que
por el oficio. Algunos, señalándolo de ladrón, y otros, de víctima.
8.45 am. Luego de esperar un largo rato que
sirvió para agregar un poco de más de acidez a las preguntas preparadas
previamente. Llega el escritor junto con su editor. El primero con mirada
miedosa, pero la cabeza en alto. El otro, con un aire desinteresado que
demostraba que el culpable iba a ser tirado a los leones sin ningún tipo de
defensa o excusa.
De 8.45 a 9.30 am. Presentación de Jorge Bucay, como el
conductor del programa de TV, y además escritor, y de un representante de
Editorial Sudamericana, que comentó que ya no se imprimiría más la obra en
cuestión, Shimriti, por la trascendencia que los rumores <para nada
ciertos> habían tomado. Igualmente
agradeció al escritor por sus servicios brindados, a los periodistas y a los
curiosos presentes. Luego se levantó y se fue.
De 9.30 a 10.15 am. Monologo ético de Bucay. A grandes
rasgos intentaba limpiar su nombre para poder seguir con su vida de famoso.
Brindó definiciones de robo, de plagio, de homenaje y por último, con mucha
emoción, de error. Apelando a la
humanidad de los presentes, y de la mayor perjudicada: Mónica Cavallé
(Doctora en filosofía por la Universidad Complutense de Madrid) pidió disculpas
y se entregó a la ronda de preguntas,
que duró aproximadamente media hora más. Su única defensa fue recalcar su
actuación como docente <aggiornador de conceptos>.
La
marca quedó impresa sobre su nombre. Si bien todos somos inocentes hasta que la
justicia demuestre lo contrario, el juicio de la sociedad marca un escenario
que dejó a Bucay como un ladrón, borrando todo lo bueno/malo que hizo antes.
Quedó, entonces, sin trayectoria, sin ser un producto de una historia. Al día de hoy, 2012, cuando la causa por
plagio fue ganada por parte de los demandantes, nadie recuerda verdaderamente
el nombre del libro ni a sus demandantes.
El caso vuelve a la memoria colectiva cuando se pregunta por una causa
reconocida de plagio con trascendencia mediática.
A
fin de cuentas, nadie saca sus ideas de un repollo, sino que son acumulaciones,
procesos de construcción. Esto no justifica la poco disimulada maniobra del
escritor, pero plantea un debate para analizar: ¿hasta que punto la propiedad
intelectual es tan privada como cualquier otra cosa, y no, un resultado y un
producto colectivo?F
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