martes, 3 de noviembre de 2015

Ficción - 2012 - Ladrón

Año 2005. Mes de octubre.
7.30 am. Preparación de la conferencia. Una sala no muy grande a la izquierda del hall del  Nuevo Hotel Callao. Una tarima y sobre ésta, un escritorio con dos copas y dos botellitas de agua mineral no muy fría. Tres filas de sillas de madera, de dudosa seguridad.
8.10 am. Ingreso de los periodistas a la sala. Éramos los suficientes como para llenar la sala de prensa de ese hotel. Aparentemente no tenían muchas expectativas de concurrencia, desde la organización de la conferencia,  o quizás querían demostrar su hospitalidad en cantidad de sillas: poca.
8.25 am. Todos ubicados, esperando la aparición del escritor antes amado y ahora señalado. Principalmente por nuestros ojos. Algunos periodistas, pidiendo carroña para tener tela que cortar durante toda la semana en su programa de chimentos, y los demás, intentando cumplir de la mejor manera nuestra jornada laboral, sin pasión alguna, más que por el oficio. Algunos, señalándolo de ladrón, y otros, de víctima.
8.45 am. Luego de esperar un largo rato que sirvió para agregar un poco de más de acidez a las preguntas preparadas previamente. Llega el escritor junto con su editor. El primero con mirada miedosa, pero la cabeza en alto. El otro, con un aire desinteresado que demostraba que el culpable iba a ser tirado a los leones sin ningún tipo de defensa o excusa.
De 8.45 a 9.30 am. Presentación de Jorge Bucay, como el conductor del programa de TV, y además escritor, y de un representante de Editorial Sudamericana, que comentó que ya no se imprimiría más la obra en cuestión, Shimriti, por la trascendencia que los rumores <para nada ciertos>  habían tomado. Igualmente agradeció al escritor por sus servicios brindados, a los periodistas y a los curiosos presentes. Luego se levantó y se fue.
De 9.30 a 10.15 am. Monologo ético de Bucay. A grandes rasgos intentaba limpiar su nombre para poder seguir con su vida de famoso. Brindó definiciones de robo, de plagio, de homenaje y por último, con mucha emoción,  de error. Apelando a la humanidad de los presentes, y de la mayor perjudicada: Mónica Cavallé (Doctora en filosofía por la Universidad Complutense de Madrid) pidió disculpas y se entregó  a la ronda de preguntas, que duró aproximadamente media hora más. Su única defensa fue recalcar su actuación como docente <aggiornador de conceptos>.
La marca quedó impresa sobre su nombre. Si bien todos somos inocentes hasta que la justicia demuestre lo contrario, el juicio de la sociedad marca un escenario que dejó a Bucay como un ladrón, borrando todo lo bueno/malo que hizo antes. Quedó, entonces, sin trayectoria, sin ser un producto de una historia.  Al día de hoy, 2012, cuando la causa por plagio fue ganada por parte de los demandantes, nadie recuerda verdaderamente el nombre del libro ni a  sus demandantes. El caso vuelve a la memoria colectiva cuando se pregunta por una causa reconocida de plagio con trascendencia mediática.

A fin de cuentas, nadie saca sus ideas de un repollo, sino que son acumulaciones, procesos de construcción. Esto no justifica la poco disimulada maniobra del escritor, pero plantea un debate para analizar: ¿hasta que punto la propiedad intelectual es tan privada como cualquier otra cosa, y no, un resultado y un producto colectivo?F

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