martes, 3 de noviembre de 2015

Ficción - 2012 - Eduardo


No puedo creer, no puedo creer que está viniendo a casa conmigo. Nada me pudo haber salido mejor. Está hermosa, ese pelo, los años y las historias, que bien que le quedan. –Estás tan linda.
 El timbre debe ser lo que más interrumpe a los besos en el mundo. Las casas también tendrían que tener horarios de vecinos. – No sé, a lo mejor es algún vecino-
¿Quién carajo es? ¡¿Qué?! La puta que me pario. Bueno, ya están acá, no los puedo hacer desaparecer. -Buenas noches oficial. Si, cómo no, pero antes ¿puedo ver la orden?
Armados de papeles hasta los dientes los hijos de puta. -Claro, los acompaño pero desde mi auto, ¿qué les parece?
Sí, seguro, y me van a prestar cochera para guardarlo. Cómo llora Carmen, pobrecita. No lo puedo creer, acabo de romper lo poco de ilusión que le quedaba. Para que la enganche de nuevo, pobre Carmen, ¡que boludo! Y este boludo uniformadito que se hace el vivo y me agarra del saco.
-¡Despacito eh! ¡Ojo con el saco que se engancha! Si, oficial, tranquilo es mi segundo nombre.
Hasta Marta salió a la vereda. Y si, les encanta. Era mucho tener un vecino abogado y que nunca se lo hayan llevado, ¿no? ¿El zonzo de Ramírez me habrá dejado pegado? Otra no puede haber. Esto a los veinte no me pasaba. O si. Puede haber muchos que se cuelgan de la buena suerte de uno. Ahora todo el tramiterío de nuevo. Que chupasangre que es la gente. Asco me dan. Con cara de lastima me miran. Si dale arranca, pone las luces dale, saca los bombos también. Les arden los ojos. Uy, que pesada que va a estar la noche.
-¿Puedo ir llamando a mi abogado? ¿Espero?  No, yo decía para ganar tiempo. Bueno, espero.
Mira como llueve, y yo otra vez durmiendo adentro, pensé que estas pavadas ya las habíamos pasado, estamos grandes Eduardo, encima si hubiese valido la pena, pero no, ni a Cancún llegaba con la miseria que saqué, todo por meterme en guachadas. Tengo que llamar al tonto de Fernández ahora, me va a recagar a pedos, pero él sabía, o se lo imaginaba, no, él sabía bien con quien se metía y siguió trabajando, a él también le gustaba lo dulce. Todos los semáforos rojos se comen, digo yo, porque no van a laburar enserio, porque no van a buscar a esos negritos pungas que andan molestando en vez de venir a molestar a la gente decente, a la gente como uno, y pero que más esperar de esta gente, con el país que tenemos.
-Puedo bajar solo, no se preocupe, que soy viejo pero no invalido eh.
A esperar, en este ranchito. Con el frío que hace, la puta madre, que perejil que soy a veces.


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