Y ahí me encontré, con el teléfono en
la mano, y con ese hombre tirado en la alfombra color beige de la habitación
209, dejando una mancha de sangre que cada vez se hacia más grande, más
intensa. ¡Cuánto me costará limpiar esa mancha!
Voy a tener que estar refregando y refregando, y sí, claro, a fin de
cuentas el único que se hace cargo de todo siempre soy yo. Veía por la ventana
las gotas de lluvia golpear fuerte y luego rodar, por ese inmenso vidrio del
ventanal. En ese momento mis pensamientos fueron interrumpidos por una voz un
tanto temblorosa pero con un tono claro y elevado.
-¿Puedo
ayudarlo?
Era él holandés que se hospedaba en habitación 230, en la otra punta del pasillo.
Llevaba un sobrero y un gamulán negros como la noche, empapados, debería volver
de afuera, no pasaba mucho tiempo en el hotel.
-
Señor, mire con lo que me encontré. Se hicieron las 10 horas, y este humilde
caballero que ve aquí tirado no se acercaba a mesa de entrada, ni me contestaba
el teléfono, y su estadía estaba terminada hacia ya 2 horas, incluso un taxi lo
estaba esperando afuera para llevarlo al aeropuerto! Y las mucamas no se
encargan de conversar con los huéspedes de las estadías y demás cuestiones, así
que subí yo mismo a buscarlo. ¿Quién más? Y esto vi. Increíble.
Tenía
aires de soberbio, por su cargo importante. Era diplomático o algo así en su
país. A mi no me provocaba nada más que incomodidad. Su presencia hasta me
resultaba molesta, no sólo por su altura, sino por esa gabardina que tenía
puesta, que usaba con el cuello levantado y que dejaba a entrever, con ayuda del sobrero, solo sus
ojos. Tenía unos ojos grandes, tan
grandes que parecía que se le iban a salir, y ese efecto se notaba mucho más
por el color verde que los pintaba. Parecían serenos, o así se mostraban.
Engañaba con ese semblante de
conservador, callado, de buenos y cordiales modales. Me hacía dudar.
-¿Usted
lo puede creer? – Insistí ante su silencio. Para no hablar ya estaba el muerto,
pensé y me comí una carcajada.
Balbuceó
algunas palabras como policía y pedir
ayuda, sangre, sangre muchas veces. No era tan astuto como simulaba.
Tragó saliva y aclaró su voz que era ronca
pero suave, con una especie de melodía que siempre la relacioné con los acentos
europeos, y logro decir: Is dood, eh... - rascándose la cabeza, como teniendo
que recordar en que idioma tenia que hablar- Está muerto.
No,
definitivamente no era una persona con muchas luces.
–Yo tampoco nunca había visto un muerto, pero
no entiendo su estado, señor. El muerto al fin y al cabo muerto está, ya nada
podemos hacer por él, la policía en algún momento llegará, ya me encargué.
Además, qué perdemos conversando... mire que no sabemos si los próximos no
vamos a ser alguno de nosotros.
El
verde de sus ojos se volvió blanco, y como un gran edificio se derrumbó y quedo
ahí desmayado.
Y
ahí seguía yo.
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