martes, 3 de noviembre de 2015

Ficción - 2012 - Alfombra


Y ahí me encontré, con el teléfono en la mano, y con ese hombre tirado en la alfombra color beige de la habitación 209, dejando una mancha de sangre que cada vez se hacia más grande, más intensa. ¡Cuánto me costará limpiar esa mancha!  Voy a tener que estar refregando y refregando, y sí, claro, a fin de cuentas el único que se hace cargo de todo siempre soy yo. Veía por la ventana las gotas de lluvia golpear fuerte y luego rodar, por ese inmenso vidrio del ventanal. En ese momento mis pensamientos fueron interrumpidos por una voz un tanto temblorosa pero con un tono claro y elevado.
-¿Puedo ayudarlo?
 Era él holandés que se hospedaba en  habitación 230, en la otra punta del pasillo. Llevaba un sobrero y un gamulán negros como la noche, empapados, debería volver de afuera, no pasaba mucho tiempo en el hotel.
- Señor, mire con lo que me encontré. Se hicieron las 10 horas, y este humilde caballero que ve aquí tirado no se acercaba a mesa de entrada, ni me contestaba el teléfono, y su estadía estaba terminada hacia ya 2 horas, incluso un taxi lo estaba esperando afuera para llevarlo al aeropuerto! Y las mucamas no se encargan de conversar con los huéspedes de las estadías y demás cuestiones, así que subí yo mismo a buscarlo. ¿Quién más? Y esto vi. Increíble.
Tenía aires de soberbio, por su cargo importante. Era diplomático o algo así en su país. A mi no me provocaba nada más que incomodidad. Su presencia hasta me resultaba molesta, no sólo por su altura, sino por esa gabardina que tenía puesta, que usaba con el cuello levantado y que dejaba  a entrever, con ayuda del sobrero, solo sus ojos. Tenía unos  ojos grandes, tan grandes que parecía que se le iban a salir, y ese efecto se notaba mucho más por el color verde que los pintaba. Parecían serenos, o así se mostraban. Engañaba  con ese semblante de conservador, callado, de buenos y cordiales modales. Me hacía dudar.
-¿Usted lo puede creer? – Insistí ante su silencio. Para no hablar ya estaba el muerto, pensé y me comí una carcajada. 
Balbuceó algunas palabras como policía y  pedir ayuda, sangre, sangre muchas veces. No era tan astuto como simulaba.
 Tragó saliva y aclaró su voz que era ronca pero suave, con una especie de melodía que siempre la relacioné con los acentos europeos, y logro decir: Is dood, eh... - rascándose la cabeza, como teniendo que recordar en que idioma tenia que hablar- Está muerto.
No, definitivamente no era una persona con muchas luces.
 –Yo tampoco nunca había visto un muerto, pero no entiendo su estado, señor. El muerto al fin y al cabo muerto está, ya nada podemos hacer por él, la policía en algún momento llegará, ya me encargué. Además, qué perdemos conversando... mire que no sabemos si los próximos no vamos a ser alguno de nosotros.
El verde de sus ojos se volvió blanco, y como un gran edificio se derrumbó y quedo ahí desmayado.
Y ahí seguía yo.


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