Solo los vé gritar y
fundirse en la agonía, que ya no es de uno, sino que se apoderó de cada voz, de
cada alma. Lo único que pasa por las mentes de la tripulación, o lo poco que
quedo de ella, es resignarse ante el extraordinario, y ahora más que nunca,
monstruoso mar.
Indefensos se sienten,
mientras él, poco a poco, se sumerjo en los brazos del inmenso, quien lo acoge,
brindándole su protección y redención casi inminente. Sus murmullos les cuentan sus secretos milenarios y ya no
hace más que dejarse llevar. Se alejo con una corriente que lo lleva flotando, como
una dulce brisa por el aire.
De repente algunos sacan fuerza y energía desde lo más
profundo de sus almas. Pese al desvío de la balsa del grupo de navíos, una fragata se acercaba, provocando que su fuego interior no se apague, y se encienda como un faro.
Mientras el barco de rescate
se ve cada vez mas cerca, sus desesperados gritos de socorro, alegría, festejo acaparan toda la escena. No lo saben, no lo
ven y él cada vez se alejo más y más,
sintiéndose uno con la inmensidad.
La balsa de la Medusa de Théodore
Géricault
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