martes, 3 de noviembre de 2015

Ficción - 2012 - Cartas

Hola, Sol de mi sonrisa. Esta vez te escribo desde Playa Ballenita, un pueblo pequeño, cálido y vibrante de la provincia de Santa Elena. El grupo que me acompaña en este viaje cada vez se agranda más, está en constante recambio. Algunos amigos ya bajaron, otros, cruzaron el charco, y muchos continuamos. Me encanta esa dinámica. ¿Te preguntarás por mi destino? Porque yo sí. El otro día viví una secuencia muy extraña. No compleja, pero si suficiente como para hacer un clic en mí.
Estaba caminando por las calles desiertas, o casi desiertas, de una zona de chalets y casitas bajas. Algunos habitantes, a pesar de la hora matinal, ya estaban levantados; me miraban pasar desde los garajes. Parecían preguntarse que estaba haciendo yo allí. Si me hubieran abordado, me habría costado mucho contestarles. En efecto, nada justificaba mi presencia allí. Ni en ninguna otra parte, a decir verdad. Esto me demostró que sigo sin encontrarme. No tengo certezas. Estoy aquí, me pellizco y siento el dolor, el agua me moja y el calor me hace sudar. Pero no me encuentro. Necesito tu aliento, tu voz. Con el amor de siempre, Simón.   
Otra vez a Clara se le presentaba el problema de la respuesta. Dejó la carta junto con las demás, que ya sumaban más de diez. Caminó a la cocina y mientras le subía el volumen a la radio, se dispuso a preparar un té. Las lágrimas de bronca y resignación una vez más intentaron brotar de sus ojos, pero ella no lo permitió y con la palma de las manos se los frotó fuerte. Después de intentar  distraerse con la canción que sonaba, se calzó las zapatillas y salió para la calle.
 Freno a unas pocas cuadras, frente a una casa vieja. Tocó timbre, y al ratito un hombre mayor abrió la puerta. Estaba balbuceando unas frases sin coherencia, pero no eran para Clara;  ya lo sabía porque hacía tiempo que lo conocía. Entró a la casa, y con sus pies fue corriendo los diarios, bolsas y papeles que se le cruzaban por el piso del pasillo de la galería. Llegó al living, o lo que en algún  momento era un living .Ahora sólo quedaba un sillón y un par de almohadones que a penas se veían debajo de una parva gigante de libros. Tomo aire y exhaló con fuerza: se sentía más calmada.
 Benedetti, Girondo, Parra, Vallejo, Neruda, y muchos otros más, frente a sus ojos.  Ese espacio, con toda su mística, alimentaba su esperanza cuando quizá la llama estaba débil, y siempre encontraba algún poema lleno de perfume de amor que le devolvía todo el calor que necesitaba. Y así se sumergía en ese mundo entre dos tapas, mientras pasaban horas. Pero ese día algo en su cabeza no la dejó nadar tranquila entre los versos y las prosas, por lo que regresó a su casa.
En el camino pensaba en Simón. Si bien no era la primer carta que recibía, cada vez se hacía más insistente la respuesta,  más fuertes los planteos, y más difícil la situación.  Además, se enojaba con él por no estar disfrutando el viaje. Estaba en una playa, ya tenía casi toda América Latina recorrida y hasta el fondo. ¿Cómo iba a preocuparse en un lugar así de él mismo? ¿A qué quería llegar con eso de “no encontrarse”? Estaba viajando y de manera muy frenética, teniendo poco tiempo para acostumbrarse a un lugar, como para así despreciarlo, o llegar a sentirse incómodo. Simón no se sentía bien en su interior, y ella ahí, quieta, sin poder ayudarlo, preocupándose por llegar a entregar un trabajo a fecha, o por correr el colectivo. Se sentía incapaz, sentía que una vez más, las cosas no estaban al alcance de sus manos y que no iba a poder hacer nada al respecto,  
Ya en su casa, se sentó a escribir, eso sí lo podía hacer. Siempre hacía simulacros de respuestas para Simón, pero que él nunca iba a recibir. La razón era una sola: Clara era muy insegura, y nuevamente, no se encontraba al pie de las circunstancias. Frente a su cuaderno comenzó a plasmar las primeras oraciones, con algunos fragmentos de poemas, y algunos consejos. Ella le  proponía que se olvide, que se deje llevar, que si ella lo podía hacer en esta urbe gris y aburrida, él allí no tenía excusas. En ese momento, se puso a pensar en que básicamente le estaba diciendo que se conforme, y ella sabía muy bien que a Simón no le gustaba conformarse, que él no era como todos. A Clara, en realidad, no le gustaba conformarse; sólo entendía que las condiciones no eran las mejores como para hacer la locura que hacen algunos de dejar todo,  para cumplir esas cosas que se  sueñan justo antes de dormir. Ella tenía un trabajo,  muchas responsabilidades que cumplir, y a veces las alas de la imaginación, por lo menos en su mundo, en el mundo de la gente común,  se tenían que cortar. Lo único que imponía en su mente era ese sentimiento, el de la resignación. Y lo repetía una y otra vez.
 Prendió un cigarrillo y se apoyó en el respaldar. En ese momento vió un portarretrato lleno de polvillo que tenía sobre su escritorio, pero que hacía mucho que no lo observaba, y ya había pasado a ser una simple decoración, un tanto rústica. Era una foto suya, de cuando era una nena, arriba de un juego de un parque de diversiones muy viejo y precario, de esos que iban a los pueblos. Tenía medio cuerpo afuera, el pelo súper despeinado, una sonrisa gigante que le hacía cerrar los ojos. Se paró, se miro al espejo y se vió completamente diferente. Era imposible ver en lo que esa nena sin límites y con la carita llena de risas se había convertido ahora. Se veía muy pulcra y peinada, con ropa siempre del mismo color, y con la misma expresión en la cara, que era una mezcla de desgano y cansancio, y con muchos “peros” siempre en la punta de la lengua.
Sintió bronca, pero no lloró y continuó como hacía siempre, sino que se sentó frente a su cuaderno nuevamente y se dispuso a escribir, con todas las ganas y con todo el impulso. Si ella quería volver a reírse hasta que se le cierren los ojos, debía frenar, bajarse de la corriente, de la vorágine cotidiana, y comenzar a disfrutar. ¿Con qué cara le iba a decir a Simón que siga y disfrute, sin predicar primero con el ejemplo?  Su llama interior estaba en plena candencia y la carta se llenó de luz, iluminando todo lo que era oscuro, todo eso lleno de mentiras, egoísmo, desilusión y angustia.
Hola Simón. Por fin me animé a responderte. Era muy difícil para mí, ya que estás tan lejos. No quiero molestarte, no quiero arrastrarte para acá con algo que pueda ser un problema.
Hoy, cuando leí tu última carta, hiciste que una puerta se abra, una puerta que siempre había estado frente a mi nariz, pero que nunca la había visto.
 Me sorprendió que desde tan lejos, en muchos sentidos y con condiciones tan distintas, me haya sentido identificada con lo que te pasa, encontrando un punto en el que verdaderamente  te comprendo, porque yo también lo vivo.
Antes de continuar, creo que es mi obligación contarte la otra parte de la historia que tenés que  saber. Cuando recibí tu primera carta, dudé en abrirla por lo que no me arriesgue y no lo hice. Pero cuando comenzaron a pasar los días, y junto con ellos, a llegar más, me decidí y me dejé llevar por la curiosidad. Y me encontré con vos, un ser humano hermoso, del cual siento que al día de hoy, ya no me puedo separar. Trajiste un sentido a mi vida y rompiste muchos de mis esquemas. Y hoy rompiste el último, el de conformarme. Eso fue lo que me dio la fuerza para poder escribirte esto. Y  también, lo que provocó  en mi mente un cierre por completo de la idea que el destino nos cruzo a propósito, y que caímos una vez más en sus juegos.
 No soy Francina, ni la conozco. Probablemente haya sido la ex inquilina de la casa, o una equivocación en la dirección. Mi nombre es Clara, y sí, te comprendo, y sí, me preocupo por tu destino. Porque en este tiempo, por cada carta, te fui conociendo cada vez más, y lo que comenzó como una carta equivocada,  hoy pertenece a mi vida.
 Quizás todo esto te parezca una locura, y corra el riesgo de perderte, pero quería que sepas que acá estoy, y que voy a estar esperándote, porque siento realmente que estamos hechos el uno para el otro.
No tengo nada más que agregar, pero por último quiero dejarte  un fragmento de un poema de Benedetti,  que tanto haz nombrado en cartas anteriores, y que siempre me trajo tu abrazo, tu beso y tu fuerza en esos momentos en lo que más los necesitaba, espero que logre lo mismo con vos.
Hasta siempre en mi corazón. Clara.


Porque eres mío
porque no eres mío
porque te miro y muero
y peor que muero
si no te miro amor
si no te miro
(…)

Porque tú siempre existes dondequiera
pero existes mejor donde te quiero
porque tu boca es sangre
y tienes frío
tengo que amarte amor
tengo que amarte
aunque esta herida duela como dos
aunque te busque y no te encuentre
y aunque
la noche pase y yo te tenga

y no. 

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