Me quedaban dos horas y la
página seguía en blanco. Era tiempo de tomar una determinación. Estaba dando
muchas vueltas. Él se iba dejando su olor, sus huellas y su presencia. Quería despedirme. El tiempo
pasaba cada vez más rápido y yo, cada vez más nublada. Lo único que venía a mi
mente era una lluvia de recuerdos y momentos que cada vez quedaban más lejos en
el tiempo, pero yo los sentía más vivos que nunca. En mi cabeza no cabía la
idea de decirle “Chau”.
“Es muy difícil
empezar esta carta de despedida sabiendo que vos sos su destino… Nunca me sentí
capaz de darte consejos, porque ni yo puedo resolver mis propios problemas,
pero creo que escaparse de los líos nunca va a ser la solución a nada.
Igualmente no tomes tan en cuenta mis palabras, no puedo hablarte
objetivamente. No creo en las despedidas definitivas, creo en los “hasta
luego”. Te suelto la mano pero por un rato, sé que el destino en alguno de sus
juegos nos va a volver a cruzar. Recordame con una sonrisa grande, perdón por
no estar ahí, no iba a ser fácil verte partir…”
Releí una y otra vez la
carta. La doblé y la guarde en un sobre. Salí a la calle. Todavía tenía tiempo…
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